Gracias por compartir conmigo esta nueva aventura en la que ahora me embarco. Gracias por compartir conmigo la afición por los cuentos y por la fantasía. Gracias por compartir conmigo todas estas historias que ahora os ofrezco y que forman ya irremediablemente parte de mi vida. Las habrá cortas y largas, de amores imposibles, de situaciones cotidianas, de enredos y traiciones… Las habrá en verso, porque la poesía también puede ser divertida. Las habrá en prosa, como también han de ser contados los cuentos. No pretendo nada al mostrároslas, y mucho menos enseñar nada sobre motivos ni valores, solo intentar que paséis un buen rato mientras las leéis, y si os gustan, tal vez sirvan como excusa para que disfrutéis de ellas junto a los pequeños de la casa.

(c) Magdalena Rodríguez

domingo, 30 de septiembre de 2012

El niño nuevo


Edu era el niño nuevo de la clase, y la verdad es que no le gustaba demasiado.

Los demás niños no le hablaban, nadie quería jugar con él, hacían lo imposible por mantenerse lejos y cuando se acercaban casi siempre era para burlarse de él y mirarle como si fuese un bicho raro.

Y es que Edu era un niño distinto a los demás, ¿queréis saber por qué?...., pues porque Edu era un zombi.

Si, si como os lo digo, un zombi como los que podemos ver en las películas de miedo, uno de esos zombis con ropas rotas y sucias, uno de esos zombis de color verde y de ojos saltones, pero sobre todo, sobre todo, era un zombi bueno.

Su mamá siempre le había dicho que era un niño como los demás porque reía igual que los niños de carne y hueso, porque cuando se caía se hacía daño igual que los demás, porque le gustaba jugar a pilla pilla igual que a los demás y porque también sufría si le trataban mal, igual que los demás.

– Este mundo es como un enorme jardín - le decía su madre -  y los niños son como las flores, si todas las flores fuesen del mismo color sería un jardín muy aburrido. ¿No te parece Edu?

Pero el pequeño Edu no respondía, prefería seguir allí abrazado a su mamá, acurrucado en sus brazos donde nada ni nadie podía hacerle daño, seguro y calentito como en ningún otro sitio.


Un día Olga, una niña alta y flacucha que siempre comía chocolate, se acercó a Edu durante el recreo, y le preguntó por qué estaba tan solo.

– Nadie quiere jugar conmigo, soy feo y doy miedo
– A mí no me pareces tan feo y por supuesto que no me das nada de miedo
– ¿Ah, no? - preguntó el niño zombi - pues tenías que verme cuando estoy resfriado, cada vez que me sueno la nariz los ojos se me caen al suelo y luego no los encuentro por ningún sitio.

Los dos niños comenzaron a reír y Edu siguió contando cosas divertidas que le pasaban en su vida como zombi viviendo en el cementerio municipal.



Le contó como su familia y él se escondían detrás de las tumbas para asustar a los ingenuos visitantes y de como jugaban a intercambiarse las orejas, o los brazos, o la nariz; era como jugar al Sr. Patata, pero con uno mismo.


Cuando el resto de niños vieron reír a Olga y Edu, empezaron a tener curiosidad y decidieron acercarse a oír lo que el niño zombi estaba contando. Al principio solo se acercó uno, luego dos y poco a poco todos los niños del colegio se acercaron a él.

Al poco tiempo todos se reían y lo que fue aún mejor todos y cada uno comenzaron a contar las historias más divertidas que os podáis imaginar.

Para Edu aquel fue el día más feliz de su vida y los demás niños entendieron que da igual si eres guapo o feo, gordo o flaco, si llevas gafas o aparato en los dientes, si eres ciego o vas en silla de ruedas, si eres de aquí o has venido desde muy lejos.

Porque todos los niños tienen dos cosas en común, un montón de historias divertidas para contar y un enorme CORAZÓN.